En realidad, reflexiona Elisa, no habían sido amigas como suelen serlo las mujeres, con esa afectuosidad a flor de piel y ese gusto por las confidencias; más bien había existido entre ellas la camaradería que lleva a los hombres a discutir sobre todo lo divino y lo humano, a compartir descubrimientos, a contrastar proyectos de futuro, o a salir simplemente de parranda. Habían sido, por lo menos al principio, más compinches que amigas, y les había llevado tiempo llegar a quererse de verdad, pero cuando llegaron, fue para toda la vida.

(Esther Tusquets, Dos viejas amigas)

Esta semana terminé de leer el libro “Cuentos de amigas” una compilación con diversos relatos sobre la amistad entre mujeres editado por la escritora española Laura Freixas. Además, mi mejor amiga me mandó una foto de cuando éramos adolescentes, las dos estamos en la habitación de su antigua casa en Martín Coronado tiradas en la cama estudiando y riendo —más riendo que estudiando— en verdad. La fotografía era de finales de la década del ’90, las dos estábamos cursando el CBC para ingresar a la facultad de Filosofía y Letras, y apenas nos conocíamos, no sé si éramos realmente amigas en ese momento, pero ya éramos compinches.

Al mismo tiempo, navegando por internet, me topé con el sitio Puentes de Cine, creado por una asociación de directoras y directores argentinos que durante la cuarentena inauguraron una “Sala de Cine Virtual” con estrenos exclusivos, algunos ciclos gratuitos y charlas virtuales con realizadores. La nueva normalidad nos lleva a buscar alternativas, a completar lo que no podemos hacer de manera presencial, en mi caso, me comunico a la distancia con mi amiga y nos abrazamos compartiéndonos cosas: recuerdos, frases que leemos, algún ejercicio de yoga para sobrellevar el encierro o nos recomendamos películas y series.

El sitio Puentes de Cine contiene tres salas virtuales y entre las varias opciones de la Sala 1 elegí ver Fourteen (Dan Sallitt, 2019), una película con ciertas reminiscencias a “Frances Ha” (una de las películas que reseñamos en ¿Qué se puede hacer salvo ver películas?) pero como una versión desencantada de aquella. En esta se puede respirar cierta amargura, es como una amistad que se estira pero que no se rompe; porque las amistades tienen baches, distancias, reencuentros y abrazos; pueden ser al mismo tiempo intensas y complejas. Mientras que en la película de Baumbauch, Frances amaba a Sophie, en la de Sallitt, Mara “la banca” a Jo y esa es su forma de quererla.

Mara y Jo (interpretadas por Tallie Medel y Norma Kuhling) son dos veinteañeras que viven en Nueva York y son amigas desde la adolescencia. Jo es una trabajadora social que encuentra cada vez más difícil funcionar en el mundo laboral y emocional. Mara intenta escribir su tesis doctoral mientras trabaja de maestra jardinera. Ninguna de las dos está contenta: la vida les pasa y ellas están ahí a lo largo de una década, a medida que los trabajos, los novios y los departamentos también pasan. Mientras Jo tiene que lidiar con algunas adicciones y un problema psiquiátrico latente, Mara intentará enderezar su vida alejándose por temporadas de su amiga Jo.

Dan Sallitt hace un trabajo con las elipsis realmente excepcional, en un momento las amigas quedan para tomar una copa en el bar de la esquina y en el plano siguiente una cae con un vino en la casa de la otra cuando esta está viviendo en pareja con un hombre mayor, el encargado de agasajarla con la cena. El acento está puesto en los momentos; no es un retrato acabado de la amistad entre mujeres, es “una” amistad entre mujeres, con todas sus complejidades. Con las intensidades de una y las necesidades no correspondidas de la otra, reforzando al mismo tiempo esa idea del estar, aunque no sea en cuerpo presente. Son amigas pero no siempre se entienden. Es como si quisieran cosas distintas, pero en realidad lo que quieren es encajar en un mundo que no las contiene.

Jo:

¿Es el tema de la amiga que apoya otra vez?

Mara:

No, no preciso apoyo.