Por unos cuantos días quedé como ausente, triste, apenas pude ver una de sus películas que tenía pendiente hace tiempo: “La idea de un lago” (Milagros Mumenthaler, 2016) y comprarme uno de sus libros de relatos: “Las reuniones” (2018, editorial Rosa Iceberg). No recuerdo bien cuando fue la primera que vez que vi Silvia Prieto (Martín Rejtman, 1999) pero tengo marcado a fuego qué significó para mí y para lxs jóvenes de mi generación la finalización del menemismo en 1999. En mi caso fue el primer año que puse el voto en una urna, empezaba el CBC en la sede de Drago e intercambiaba charlas sobre música y películas con gente de mi edad que estaba más o menos en la misma. En esa época yo tocaba la guitarra en una banda punk liderada por mi hermano mayor y juntos escuchábamos rock alternativo mientras movíamos las cabezas al ritmo de los sonidos distorsionados que provenían de los bafles que sonaban en el mítico “Cemento” o en otros tantos lugares under que frecuentábamos y que ya no existen más.

Silvia Prieto se estrenó en el 1° BAFICI en abril de 1999, unos meses después la banda Suárez, liderada por Rosario Bléfari sacaría su cuarto y último disco de estudio titulado “Excursiones”. Que una mujer liderara una banda de rock alternativo era lo que toda chica de mi edad quería hacer, que nuestras voces se escucharán y enamoraran a chicos y a chicas por igual. Pero tres años después me alejé de la música y comencé a estudiar cine, y tanto yo como mis compañerxs de escuela pretendíamos conseguir un aire rejtmaniano en las interpretaciones de los no actores y no actrices que conseguíamos para que actúen gratis en nuestros cortometrajes realizados en súper VHS. Y así con el nuevo milenio, la post crisis del 2001, viviendo con mi hermano en un PH en Villa Urquiza, llegarían mis primeras incursiones a los Festivales de Cine Independiente en la Ciudad de Buenos Aires y, mediando la primera década de los 2000, comenzaría a viajar —fuera de temporada— a Mar del Plata para asistir al festival de cine que luego se convertiría en mi favorito en el mundo. En  aquellos años (todavía lo sigo haciendo) mientras caminaba por la Rambla mirando el mar, recordaba aquel viaje iniciático de la protagonista de la película, a la ciudad costera, en busca de su identidad.

El año pasado se cumplió 20 años de Silvia Prieto y el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata le hizo un homenaje en su mítica sección “Rescates”. Nos quedamos sin entradas pero la vimos con un amigo en el departamento donde parábamos una noche después de maratonear las películas de la programación. Para lxs de mi generación, que nos habíamos formado en medio de la precarización laboral, las hipotecas de nuestros padres, la mentira del uno a uno y la apatía, fumar marihuana era parte de nuestro ADN joven, poder reírnos de todo lo mencionado anteriormente vino de la mano de la película de Rejtman que con cada frase dicha por sus personajes nos guiñaba un ojo y nos decía: “no están solos”.

La película se convirtió en un clásico del segundo nuevo cine argentino. El argumento se centraba en una joven llamada Silvia Prieto a punto de cumplir 27 años, en ese momento la protagonista decide cambiar de vida, dejar la marihuana y buscarse un trabajo. Con su primer sueldo viaja a Mar del Plata y conoce a un turista italiano que la deja con una preocupación: existe otra Silvia Prieto, entonces ella comenzará a llamar por teléfono a la otra Silvia Prieto de manera obsesiva. De allí surge una comedia distinta, absurda, repleta de melancolía y sinceridad. Hasta el día de hoy las frases de la Silvia Prieto interpretada por Rosario Bléfari junto a Vicentico, Valeria Bertucelli, Marcelo Zanelli, Susana Pampín, Mucio Manchini y Mirtha Busnelli son reconocidas por toda una generación —no sólo cinéfila— una generación que fue joven durante los años noventa y principios de los 2000. Comprar un canario que no cante, el pollo trozado en cuarenta y ocho partes, las promotoras de Brite, el saco de armani del turista italiano que se van pasando los personajes, los sobrenombres heredados de la escuela secundaria como “lámpara de botella”, la cinta del VHS de la fiesta de casamiento, ya gastado de tantas reproducciones, y la idea de formar un club de “Silvias Prieto”, forman parte de nuestra vida. Silvia Prieto es una película que jamás envejecerá, al igual que Rosario.

—Hola.

—Silvia Prieto.

—Soy yo ¿Quién habla?

—Silvia Prieto.

(click)

Esta semana además de escuchar en loop la banda sonora de la película y toda la discografía de Rosario Bléfari, comencé a leer su libro de relatos que me llegó por correo hace unos días. Por ahora leí sólo el primer cuento “Lámparas de oca” y tiene mucho de ella, como dice Cecilia Pavón en la contratapa:

La escritura de Rosario Bléfari es, como su imaginación, al mismo tiempo enigmática y sencilla, y por eso tiene la capacidad de acercarnos al corazón de los acontecimientos, ese lugar al que solo los verdaderos artistas pueden llegar.

Te vamos a extrañar Rosario. Para mí siempre serás Silvia.

*Silvia Prieto (Martín Rejtman, 1999) se puede ver en MUBI y en Youtube.