La chica de la aguja
Por Eduardo Jorge Gil Michelena

La chica de la aguja (Pigen med nålen, 2024), dirigida por el sueco-polaco Magnus von Horn, se erige como un retrato desgarrador y estilísticamente impecable de la condición humana en un contexto de devastación social. Basada libremente en los crímenes de la asesina en serie danesa Dagmar Overbye, la película trasciende el relato de true crime para adentrarse en una exploración psicológica y sociológica de la precariedad, la maternidad y las elecciones morales en un mundo que condena a los más vulnerables.

Este análisis crítico examina los elementos técnicos y narrativos más destacados de la obra, con énfasis en la fotografía, el uso del blanco y negro, el montaje, las actuaciones y su relevancia temática, evaluando cómo estos aspectos convergen para crear una experiencia cinematográfica inquietante y memorable.

Uno de los pilares de la película es su excepcional fotografía, a cargo de Michal Dymek, cuya trayectoria incluye trabajos notables como Eo (2022). Filmada en blanco y negro, la cinta utiliza este recurso no solo para evocar la estética de la época, sino como una herramienta expresiva que refuerza su tono sombrío y desolador.

El blanco y negro elimina cualquier posibilidad de calidez visual, sumiendo al espectador en un universo monocromático que refleja la ausencia de esperanza en la Copenhague de posguerra. Los contrastes entre luces y sombras, inspirados en el expresionismo alemán, dotan a cada plano de una calidad pictórica que recuerda a obras de Fritz Lang o F.W. Murnau.

Escenas como Karoline atravesando las calles lúgubres de la ciudad o los primeros planos de rostros angustiados están cuidadosamente compuestas, utilizando claroscuros para destacar la tensión emocional y la ambigüedad moral de los personajes. Este enfoque no estetiza la violencia de manera gratuita, como algunos críticos han señalado, sino que establece un diálogo entre la belleza formal y la brutalidad narrativa, invitando al espectador a confrontar la paradoja de encontrar armonía visual en un relato de horror.

El formato de pantalla, ligeramente más ancho que el académico (1.66:1), contribuye a esta atmósfera opresiva, limitando el espacio visual y creando una sensación de encierro que resuena con la situación de los personajes.

La elección del blanco y negro también dialoga con la tradición del cine nórdico, evocando obras como Persona de Ingmar Bergman, donde la monocromía sirve para desentrañar complejidades psicológicas.

En La chica de la aguja, esta técnica subraya la deshumanización de una sociedad que margina a las mujeres, especialmente a aquellas atrapadas en la pobreza y la maternidad no deseada. Sin embargo, algunos podrían argumentar que el uso del blanco y negro, aunque poderoso, ocasionalmente corre el riesgo de embellecer en exceso la miseria, un debate que ha dividido a la crítica entre quienes ven en ello un ejercicio de estilo virtuoso y quienes lo perciben como un efectismo que suaviza el impacto de la narrativa.

El montaje, bajo la dirección de Agnieszka Glinska, es otro aspecto destacable, caracterizado por un ritmo deliberadamente pausado que intensifica la sensación de fatalismo.

La película se estructura en tres actos claros, con transiciones fluidas que alternan entre momentos de intimidad y explosiones de violencia implícita. La secuencia inicial, un montaje alucinante de rostros distorsionados, establece un tono inquietante que prefigura el descenso de Karoline al abismo. Este enfoque narrativo, aunque efectivo, puede resultar exigente para algunos espectadores, ya que los 115 minutos de duración se sienten más extensos debido a la densidad emocional y la falta de alivio narrativo. No obstante, el tercer acto, con su revelación devastadora, justifica esta acumulación de tensión, culminando en un clímax que, aunque previsible para algunos, impacta por su crudeza y ambigüedad moral. El montaje no busca manipular al espectador con cortes rápidos, sino permitir que cada plano respire, dejando espacio para la reflexión sobre las decisiones de los personajes.

Las actuaciones son un pilar fundamental de la película. Vic Carmen Sonne, como Karoline, ofrece una interpretación visceral, oscilando entre la vulnerabilidad y una furia contenida que refleja el conflicto interno de una mujer atrapada por las circunstancias. Su química con Trine Dyrholm, quien encarna a Dagmar con una mezcla de carisma y siniestra opacidad, crea un contrapunto dinámico que sostiene el núcleo emocional de la historia. Dyrholm, en particular, brilla en los momentos en que su personaje revela capas de complejidad, evitando caer en el estereotipo de la villana unidimensional. Besir Zeciri, como Peter, el esposo desfigurado de Karoline, aporta una humanidad trágica que enriquece el retrato de las secuelas de la guerra. Estas actuaciones, combinadas con la dirección precisa de Von Horn, dan vida a personajes que, aunque atrapados en un relato gótico, resultan profundamente humanos.

La banda sonora, compuesta por Frederikke Hoffmeier (Puce Mary), merece mención por su carácter experimental. Lejos de ser convencional, la música utiliza texturas electrónicas y disonancias para amplificar la atmósfera fantasmagórica, funcionando como un eco de la descomposición social que retrata la película. Este enfoque arriesgado complementa la narrativa sin abrumarla, aunque en ciertos momentos su intensidad puede distraer de la acción en pantalla.

Desde una perspectiva académica, La chica de la aguja se inscribe en el cine de autor europeo que utiliza el drama histórico para reflexionar sobre cuestiones contemporáneas. La película aborda temas como los derechos reproductivos, la desigualdad de género y la hipocresía moral de una sociedad que castiga a los más débiles mientras ignora sus propias fallas estructurales. Su relevancia trasciende el contexto de 1919, invitando a paralelismos con debates actuales sobre el aborto y la precariedad laboral. Sin embargo, la cinta no cae en el didactismo, prefiriendo una aproximación ambigua que deja al espectador la tarea de interpretar las motivaciones de los personajes. Este enfoque, aunque admirable, puede frustrar a quienes busquen respuestas claras o una resolución catártica.

Entre sus puntos débiles, algunos críticos han señalado un exceso de tremendismo, con una acumulación de desgracias que puede resultar abrumadora o incluso manipuladora. La película camina una línea fina entre la crudeza necesaria y el riesgo de regodearse en la miseria, un aspecto que divide opiniones. Además, ciertos giros narrativos, aunque impactantes, podrían percibirse como previsibles en el contexto de un relato inspirado en hechos reales, lo que resta algo de sorpresa a los espectadores familiarizados con el caso de Overbye.

En conclusión, La chica de la aguja es una obra poderosa que combina una dirección virtuosa, una fotografía sobresaliente y actuaciones memorables para ofrecer un retrato implacable de la supervivencia en tiempos de desesperación. Su uso del blanco y negro, lejos de ser un mero capricho estilístico, amplifica su impacto emocional, mientras que el montaje y la música refuerzan una narrativa que no teme enfrentar al espectador con verdades incómodas. Aunque no es una película para todos los públicos debido a su intensidad y ritmo pausado, se posiciona como una de las propuestas más audaces del cine europeo reciente, consolidando a Von Horn como una voz a seguir en el panorama internacional.

 

Recomendada para:

Amantes del cine de autor, el drama histórico y el thriller psicológico. Es ideal para quienes disfrutan de narrativas complejas que exploran dilemas éticos y sociales, así como para espectadores interesados en el cine nórdico o en historias basadas en hechos reales. No apta para quienes busquen entretenimiento ligero o sean sensibles a temas de violencia y miseria.


Ficha técnica

Título original: Pigen med nålen AKA (La chica de la aguja, 2024)

Fotografía: Blanco y negro, formato 1.66:1

Duración: 115 minutos

País: Dinamarca, Polonia, Suecia

Año: 2024

Productora: Creative Alliance, Nordisk Film, Lava Films

Director: Magnus von Horn

Reparto: Vic Carmen Sonne, Trine Dyrholm, Besir Zeciri, Joachim Fjelstrup, Ava Knox Martin.