Por Juan Mendoza
Esta semana vi “Sombras en el paraíso” del gran Aki Kaurismaki, y el mundo, por un instante, me pareció menos horrible. El film cuenta la historia de Nikkander, un solitario basurero de Helsinki, quien se encuentra perdido tras perder a su amigo y compañero de trabajo de un repentino ataque al corazón. Pero la improbable redención le llega en la forma de Ilona, una sencilla cajera de supermercado con la que comienza una relación amorosa. El film cuenta con las maravillosas actuaciones de Matti Pellonpää y Kati Outinen (su actriz fetiche), quienes están perfectos como náufragos solitarios y existenciales.
El cine de Kaurismaki suele retratar, con gran maestría, los efectos disruptivos del mundo capitalista: el aumento del desempleo, la soledad, la descomposición de los lazos afectivos y sociales, la creciente brecha entre ricos y pobres, etc. Los protagonistas de estas historias suelen ser individuos pertenecientes a las clases trabajadoras, personas de pocas palabras en busca de amor.
“Sombras en el paraíso”, (1986), es la primera entrega de la llamada “trilogía proletaria”. Trilogía que se completa con “Ariel” (1988) y “La chica de la fábrica de cerillas” (1990), films que nos ofrecen un intenso recorrido por las penurias y angustias existenciales de la clase obrera finlandesa.
Dolina suele citar a Samuel Taylor Coleridge para hablar del teatro y el cine. Para Coleridge la suspensión de la incredulidad es fundamental para disfrutar de un acontecimiento artístico. Pero, ¿qué es la suspensión de la incredulidad? La suspensión de la incredulidad define ese acto del espectador de apartar de forma voluntaria el sentido crítico a la hora de juzgar el realismo de lo que está viendo.
Solo el cine (de Kaurismaki) y el teatro son capaces de producir el “encuentro personal”: procedimiento por el cual los personajes se encuentran para decirse verdades o cosas trascendentales. En la vida cotidiana necesitamos incomunicados, trivializar la realidad para poder soportarla. En un universo medio rengo, el cine de Kaurismaki, le devuelve un poco de equilibrio al cosmos.