Garzón vs Garzón, las marcas de un actor o cuando el sponsor de tu vida sos vos.

 El telón se abre lentamente mientras el cuerpo de Gustavo Garzón trota en el lugar a gran velocidad. Esta imagen es el preámbulo que marca la cancha poética de lo que es el espectáculo 200 golpes de Jamón Serrano: Un cruce entre la realidad y la ficción, un encuentro entre dos generaciones, una intersección entre la vida y la muerte, un tiempo común entre el pasado y el presente, una tensión entre opuestos, es decir la paradoja del “aquí y ahora” estalla como en un campo minado que a cada paso detona poesía.

 Una obra en clave de bio-drama que habita hasta el último hueco del escenario, camarines, platea, patio de atrás. Dos especies de ayudantes de escena que se ocupan de lo técnico y guían al actor mientras él va contando partes muy íntimas de su vida, muchas son de conocimiento público: su enfermedad, sus trabajos, su vida familiar. Nos cuenta sobre cómo nació la idea de esta obra “que quería sacarse las ganas de hacer, una obra de teatro donde ponga el cuerpo de una manera comprometida” aquí su palabra primera se hace texto y su gesto espontáneo se hace personaje multiplicando los mundos hasta el infinito o la cantidad de mundos que cada espectador sea capaz de habitar. La trama sigue (para adelante o para atrás) contándonos como llegó a pensar en Marina Otero: una joven artista, coreógrafa, bailarina con ganas de ser actriz. Ella surgirá de la platea y re-crearan-creando esos encuentros cuando se originó este espectáculo que estamos presenciando.

 A partir de ese momento la meta-teatralidad estará cada vez más al palo. Los límites de la “verdad” se entrelazarán con la ficción de una manera elástica, con una flexibilidad poética que mantiene en red al espectador por el material con el que está hecha esa esa red: 100% honestidad intelectual “made in argentina”. 200 golpes de Jamón Serrano hace de su ética una estética propia original. Juegan los dos con sus miserias, sus sueños no realizados, exponen la maquinaria del pequeño ambiente artístico que vale como metáfora de zonas de esta sociedad también 100 % argentina.

 Esta dupla explosiva despierta al monstruo teatral y combaten con él. Por momentos el teatro se revela con más fuerza y vigor, por otros, parece que ellos van ganando pero justo antes de dar la estocada final, el teatro monstruoso, y hermoso a la vez, se levanta con toda su potencia de miles de años y los aplasta, paradójicamente liberándolos y refundándolos como artistas.

 El final es eso, una fiesta al rey Baco (vino) el origen y el presente se tocan la mano, el ritual se produce rompiendo al tiempo en mil pedazos.

 Garzón hace del escenario un purgatorio poético y nos convida una porción de su cielo. Garzón pasa la posta, sin soltarla todavía, (queda tanto…) a las nuevas generaciones, sus hijos pero también a la nueva generación de artistas de la mano de Marina Otero.

 Hacia el final un homenaje a la querida Alicia Zanca, que en su decir, denuncia décadas y décadas de un teatro que miró hacia afuera evitando el desarrollo de una expresión nacional y popular.

 200 golpes de Jamón Serrano es un romper todo para resurgir de las cenizas un ahondar en una estética propia es un grito desesperado de identidad.

 200 golpes de Jamón Serrano invierte la lógica, esa de querer ser famosos, de estar mediados por pantallas, a querer re-conocernos, nos invita a una indagación sobre nuestra identidad. La ternura de Garzón convierten esos 200 golpes en caricias que invita a los espectadores a habitar en cuerpo, palabra y voz, su propia vida. Lo saca de la platea y lo lleva al centro de la escena para que deje de ser un espectador y sea protagonista de su propia vida, y que encuentre su propio ritmo, y su propia canción. Propone construir con otros-otras, a pesar o desde las diferencias, gesto de generosidad y de inteligencia.

 Nos recuerda que “ya no podes volver atrás” pero que si podemos vivir de otra manera el presente, ahora, justo ahora, re-creándonos, con humor. Aprender a reírse de uno mismo para actuar en serio.


Ficha técnica

Dramaturgia y dirección: Marina Otero / Actúan: Gustavo Garzón, Marina Otero / Textos: Gustavo Garzón, Marina Otero / Diseño de vestuario: Endi Ruiz / Diseño de espacio: Mirella Hoijman / Diseño de luces: Adrian Grimozzi / Realización de escenografía: Los Escuderos / Músico En Escena: Federico Barale / Música original: Federico Barale / Cámara En Vivo: Federico Barale / Fotografía: Candelaria Frías, Andrés Manrique / Diseño gráfico: Sergio Calvo / Asistencia coreográfica: Ivan Haidar / Asistencia de escenario: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni / Asesoramiento artístico: Juan Pablo Gómez / Asistencia de escenografía: Camila Perez / Asistencia de vestuario: Luisa Vega / Asistencia de dirección: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni / Prensa: Francisco Cerdan / Producción ejecutiva: Marina D´Lucca / Dirección de fotografía: Franco Palazzo.